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Puerto Madryn Lunes 8/10/2018

Turismo rural junto al mar

Un circuito de fincas cercanas a Puerto Madryn resulta otro camino posible para alojarse, comer y conocer a fondo la fauna de la costa chubutense

A 2200 kilómetros de su provincia natal el “Chaco” se planta frente al público. “Chaco” es el apodo, y su impronta es la de un standapero de campo. Suelta un par de gags semipreparados, y deja la puerta abierta a todas las preguntas del público. Ese público somos nosotros, el lugar es el galpón de esquila de ovejas de la estancia San Guillermo, pocos kilómetros al sur de Puerto Madryn. El “Chaco” desgrana todo el proceso con gestos, anécdotas, historias y detalles: una síntesis de la esquila de las ovejas Merino de esta zona, que pone en marcha el recorrido estanciero por la Península Valdés. De las ovejas a los pingüinos y de la historia a la cocina patagónica. Un cuadrilátero de estancias australes en esta punta de tierra y fuera de ella, como coordenadas en el este chubutense.

La estancia San Guillermo está a 17 kilómetros de Puerto Madryn y es un rancho bien típico de la Patagonia, que une la explotación lanar con el turismo rural. Esa segunda faceta está repleta de cosas: cabalgatas, mountain bike, caminatas interpretativas, avistaje de aves y travesías en 4x4 en estas 2700 hectáreas pegadas a las costas del Golfo Nuevo.

Se llega a bordo de jeeps de Zonotrikia Adventure, que sube y baja las mesetas de Cerro Avanzado y Punta Loma buscando buenas vistas de la costa del mar. Pasados los ascensos, descensos y paradas panorámicas nos recibe un trío de personajes: el “Chaco” al frente, que es el guía, Lupita, la chulenguita de un año que camina entre nosotros como una mascota, y el Tordo. El Tordo es un caballo hermoso y elegante, y su nombre deriva matemáticamente de Tordillo. Blanco, musculoso, aparece en varias películas que vienen a filmarse por acá. El “Chaco” arranca con sus explicaciones diciendo que el tordillo apareció en Caballos salvajes, rodada en 1995. De hecho, la memorable frase de Héctor Alterio subrayando todo lo que vale la pena estar vivo, con brazos al cielo y mar de fondo, fue filmada a pocos kilómetros de acá. En un lugar que, claro, es parada en el recorrido.

San Guillermo tiene su eje en las ovejas y en la esquila. A las ovejas se las esquila totalmente sueltas; se las mete en un corral, y dependiendo de la posición en la que estén van cayendo los diferentes tipos de lana al piso semiabierto. Después, en una mesa se clasifican, con siglas, según la parte de la oveja y la calidad de la lana.

El camino hacia el sur se estira hacia Punta Ninfas. Una segunda parada antes de entrar a la reserva de Península Valdés es El Pedral, a 70 kilómetros de ripio desde Puerto Madryn y a unos diez del faro que es un sello de esa punta. El Pedral es un mix entre reserva natural, estancia y hotel de campo, con su propia agenda de actividades en un lugar bellísimo. El hotel es una construcción que data de 1923, formada por tres edificios: una casa principal, donde ahora sirven el desayuno y los almuerzos para los visitantes, y dos alas con habitaciones. Galerías, escaleras de madera y un estilo rural unidos con una piscina y lo luminoso de las construcciones modernas. Todo fue traído de Europa en barco a comienzos de siglo, y la casona es una cápsula de aquellos tiempos. Cuentan en la estancia que para recuperar el espíritu de los pioneros en esta región ventosa, como novedad, desde enero de 2018 se puede llegar hasta acá por mar desde Puerto Madryn. Una experiencia de viaje completo, en tiempo y espacio.

Desde esta estancia se organizan también salidas a avistar la fauna de la zona, pingüinos, orcas, y a solo unos 15 minutos se puede llegar hasta el faro de Punta Ninfas. A lo alto del acantilado bien al sur, es una referencia para la navegación pero también el primer testigo, cada año, de la llegada de las ballenas alrededor del mes de mayo. Una vista increíble. Grandes excusas para gastar un poco de energía para después volver y cargarse un almuerzo patagónico.

Ya península adentro, Rincón Chico es un lodge exclusivo ubicado en el extremo sur. Se trata de la quinta generación de dos de las primeras familias en la región, los Olazábal y los Endara, aquí hace más de un siglo, que desde 2001 abrieron las puertas al público. Una gran parte de lo que se recauda acá va la fundación que investiga la vida salvaje de la zona. El caserón de estilo inglés está rodeado de galerías y un deck en el frente. Poco más allá, una de las primeras construcciones de la familia, traída íntegramente de Inglaterra en 1897. Son ocho habitaciones súper exclusivas (fue el lugar donde se alojaron los reyes de Holanda hace pocos meses) desde donde también se pueden hacer todas las excursiones. La caminata hasta la cabaña que forma parte de la propiedad, pegada a la costa, es una vidriera idea para ver lobos marinos, orcas y ballenas desde el living. Quizá, la forma más cercana y cálida de poder abrazar un paisaje ciertamente inabarcable.

Estancia San Lorenzo, en el extremo norte de la península; uno de los platos fuertes. Esta caminata paleontológica es la que terminará con la visita a una enorme pingüinera, que se vio mágicamente favorecida por el crecimiento de su colonia con muchísimos ejemplares de pingüinos de Magallanes que eligieron esta costa para reproducirse. San Lorenzo no tiene alojamiento.

Se entra por un camino que se abrió al público hace muy poco, por lo que nos dicen que las aves no están acostumbradas a ver hombres por acá. Hablar bajo, caminar con cuidado, no sacar fotos sin detenerse: es decir, moverse lento, y pensar cada paso. El sendero va guiando entre rocas blancas y los pingüinos están definitivamente en la suya. Caminan por el costado solos, de a pares, y muchos se asoman desde dentro de sus nidos.

Como sucedió con El Pedral, las caminatas tienen su gran final en la mesa. Este enorme galpón acondicionado de San Lorenzo se abre para todos los visitantes, sueltos, contingentes, argentinos, extranjeros. Las tablas se llenan de cordero, de qué, si no, y todos van sobre ellas. Sabores en una tarde de sol, en la que queda mucho por hacer.

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