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Tigre Miércoles 23/1/2019

El Delta del Paraná, la desmesura y singularidad de un lugar único en Sudamérica.

Ríos y arroyos de tonos amarronados viborean entre islas con densa vegetación de ceibos, juncos, cañas, sauces, álamos y frutales.

Esta área natural esta ubicado en dos provincias al sur-oeste de la provincia de Entre Ríos y noreste de la provincia de Buenos Aires.

Dentro del Delta del Paraná, el río del mismo nombre se multiplica en cientos de riachos y riachuelos que, en otros países, serían respetados como ríos de envergadura elogiable. Tal magnitud y generosidad es el correlato de la extensión del Río Paraná: 3.740 km, lo que suma lo que en el vecino Brasil se llama río Paranaiba.

Pero el Delta tiene dos padres, el Paraná y el río Uruguay, lo que lo convierte en uno de los mayores del mundo, el cuarto o el sexto según las mediciones. Como todos los deltas, es una fábrica de islas y bancos hechos de limo, arena, arcilla y materias orgánicas de todo tipo. Lo anterior incluye los míticos “camalotes”, islotes flotantes hechos de plantas flotantes, que, al modo de pequeñas arcas de Noé, pueden traer desde pequeños insectos coloridos del Matto Grosso do Sul hasta monos aulladores e, incluso, algún felino, en años de grandes aumentos del cauce.

Su contextura barrosa, que a muchos desagrada injustamente, proviene de los sedimentos que obtiene de dos de sus afluentes: los ríos Bermejo y Pilcomayo. Todo es grande y diverso en el Delta que integra la llamada gran cuenca del Plata, segunda en el podio de América del Sur, después de la Amazónica, y delante de la del río Orinoco en Venezuela.

De nacimiento a muerte, el Delta recibe agua y más agua desde todas las direcciones. En la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, convierte en sus afluentes a los ríos Ramallo, El Tala, Arrecifes y el Luján. Su ancho es variable, coqueto, veleidoso. Desde los más de 60 kilómetros entre los ríos Luján y Gutiérrez a los 18 kilómetros frente a Baradero.

Ahora, lo que la gente conoce como Delta, nace luego de la bifurcación que lo convierte en el Paraná de las Palmas al oeste y el Paraná Guazú hacia el este. Es entre ellos que se abre, como el corazón del fruto de una granada el cardumen de islas que lo conforman. La maravilla es que, si bien la zona es apenas un 0,65 % de la superficie del territorio argentino, allí encontramos casi el 19% de los anfibios, más del 30% de las aves y cerca del 60% de sus peces de agua dulce. Y seres absolutamente singulares como la franciscana o delfín del Plata, que es el único delfín de agua dulce que puede vivir y alejarse a miles de kilómetros por la costa en agua salada.

Muy difícil de observar y estudiar, justamente, por las aguas barrosas, cumple con esa rara combinación de cotidianeidad y misterio que caracteriza al Delta mismo.

Un paseo fluvial por sus recovecos es una experiencia más que recomendable. En las distintas islas hay recreos para pasar el día o alojarse, además de restaurantes y complejos de cabañas, muchos de ellos con playas de arena y amarras para las lanchas particulares.

Para navegar el delta hay varias opciones, se pueden abordar catamaranes de paseo, lanchas taxi o lanchas colectivas, que hacen distintos recorridos.

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