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Tartagal Viernes 1/2/2019

El arete y el carnaval, dos celebraciones que coinciden en el norte argentino

El maíz y algarroba, dos frutos de la tierra que son protagonistas por estos días en los festejos del noreste argentino.

Perfume penetrante de albahaca, plantas cargadas de algarrobas, abundante maíz que se ofrece por las calles, barato por su abundancia; y el calor, el más intenso de todo el año, son algunos de los signos propios del tiempo del "arete", la celebración agraria en honor a la tierra a la que los pueblos originarios del norte argentino agradecen la abundancia del grano sagrado.

El maíz que producen los guaraníes, que desde hace años se ubican al costado de la ruta nacional 34. Y ya está presente en la mesa de todas las comunidades criollas y aborígenes desde fines de diciembre. El maíz acompañó la Navidad, el Año Nuevo y la fiestas de los Reyes Magos. Su cosecha se extenderá, si el tiempo lo permite, más allá de enero y posiblemente hasta los últimos días de febrero.

El Arete Guasu es la celebración sagrada del pueblo Guaraní Occidental y tiene lugar desde tiempos inmemorables, cada año, en sus territorios ancestrales del gran Chaco Sudamericano (Chaco central en el Paraguay, sur de Bolivia y noreste de Argentina). El ritual es un encuentro de varios mundos (de los vivos, los ancestros, los muertos) desde la cosmogonía guaraní, con una ritualidad, donde máscaras, disfraces, músicos y lo que pueden llamarse puestas en escena, confluyen en un encuentro entre lo sagrado, los antepasados, y lo que llamamos juegos –que no tienen la connotación profana de la palabra–, con representaciones como el jagua-jagua, el toro-toro y los kuchi-kuchi, se mezclan con los agüero y otras formas integradas que confluyen en el espacio, rodeados de una explosión de colores y la música ininterrumpida de las bandas.

El respeto y el cariño a la celebración de la fiesta del arete sin embargo, subyace en la conciencia de los pueblos ancestrales que se suman a las fiestas de la cristiandad pero no dejan de lado la celebración que los identifica desde hace siglos, la misma que revitaliza y renueva su identidad y ascendencia guaranítica.

De allí, del arete, proviene la danza acompasada y en círculos que dibuja el pim pim, danza que hace años salió de cada comunidad y hoy se luce en el circuito carnestolendo de la avenida 20 de Febrero de Tartagal.

Este año la fiesta del arete o el carnaval coinciden en el calendario anual pero sobre todo en el ánimo, en el ambiente, mixturando las costumbres de los hermanos originarios y de los que vinieron de los más diversos y distantes rincones de la tierra para poblar este norte fecundo y rico, a pesar de las dificultades y de la rigurosidad de su clima tropical.

Quizás sólo se trate de una simple coincidencia o quizás, que ambas celebraciones coincidan en el tiempo y lugar, tiene una lógica absoluta porque a la fiesta del arete y a la del carnaval la festejan hoy por igual, aborígenes y criollos.

Las chicas que bailan el pim pim dejaron de lado lo que sus abuelas utilizaban para realzar la belleza de sus rostros: las semillas de color rojo intenso de la planta del urucú a las que reemplazaron por maquillajes de cartillas pero el significado sigue siendo el mismo.

La música que danzan con pasos cortitos y los pies descalzos del pim pim es tan contagiosa y pegadiza que resulta casi imposible resistirse a acompañar esos compases que buscan honrar y agradecer a la madre por excelencia: la tierra. Es ella la madre generosa que ofrece -ya lo hacía hacia miles de años y de allí las honras y la gratitud- el grano de maíz, el alimento que para las culturas precolombinas constituyó su base alimenticia; y hoy lo sigue siendo porque el maíz se consume en forma interrumpida desde diciembre hasta después de la semana santa, fresco recién cosechado, pero durante todo el año, con el grano ya maduro, de diversas formas.

La celebración se desarrolla en forma continua durante tres días en las comunidades guaraníes, que de esta manera buscan mantener sus tradiciones, los valores de sus formas culturales, tal vez encubriéndolas detrás del carnaval de la cultura occidental. Al mismo tiempo, ese encuentro fortalece a las mismas colectividades que buscan, en un nuevo “teko”, formas de vida armonizadas.

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