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Ruinas de los Quilmes Jueves 13/9/2018

Visita a Talapazo, un pueblo milenario en los Valles Calchaquíes

El pequeño poblado incorpora el turismo comunitario como base de su desarrollo

Talapazo es un pequeño pueblo ubicado a la ladera de la montaña de Quilmes, a 7 kilómetros al oeste de la ruta 40, en la provincia de Tucumán. Se trata de una comunidad ganadera, agricultora y dedicada a los nogales. Sin embargo, hace algunos años, se inició en la travesía del turismo rural. Esta comunidad es habitada por 24 familias y desde los años ‘70 cuenta con la Escuela Nº 37, producto de una gran lucha social por conseguirla.

Ser visitante en Talapazo, significa poder ser partícipe de la cotidianidad que se encuentra en cada una de las actividades del poblado. Sacar leche de las cabras, observar la cría de animales o aprender el proceso de elaboración de dulces y vino son las actividades más habituales que se realizan aquí.

Sandro Llampa es guía de Talapazo y uno de los que más incentivó al pueblo a dedicarse al turismo comunitario como base de su desarrollo. “Somos parte de los Quilmes. Alrededor del año pasado, 800 de nuestros pobladores adoptaron el sedentarismo como modo de vida. Por aquel entonces, en estos lugares llovía bastante, lo que facilitaba el cultivo. Sin embargo, hoy en día seguimos manteniendo esta milenaria actividad a pesar de los cambios naturales”, comenta.

En estas tierras la gente siembra papa, zapallo y algarrobo para hacer patay, sumado a un sinfín de hierbas curativas que naturalmente crecen en la zona. También se crían cabritos y ovejas. Cuando se atraviesa la inmensidad de sus caminos pedregosos y desérticos, decorados con imponentes cerros, es común observar burros salvajes, zorros, vizcachas, guanacos y una variedad importante de pájaros. No es extraño ver el cóndor custodiando los aires desde lo alto.

“Trabajar con el turismo aquí en Talapazo no fue fácil. Los lugareños no veían con buenos ojos este tipo de emprendimiento. Tenían miedo”, indica Llampa. Una situación lógica, debido a los más de 500 años de saqueo que vienen sufriendo los pueblos originarios.

“Fue gracias a mi posibilidad de trabajar en la Ciudad Sagrada de Quilmes, que entendí que los visitantes valoran mucho lo que tenemos y conservamos”, añade.

Cuando se está en Talapazo, se vuelve impostergable la visita al sitio arqueológico que se encuentra allí, a solo 200 metros de la ruta de ingreso al pueblo.

Allí pueden observarse restos de vasijas, morteros y estructuras realizadas con la técnica de la pirca, es decir, paredes construidas con piedras, una arriba de la otra, sin aditamento. También hay miradores desde donde se puede apreciar la inmensidad de las montañas calchaquíes. El visitante, mediante caminatas, puede hacer el circuito de La Mina, donde se extraía hasta el año 200 mica y algunas piedras preciosas.

Para comer en Talapazo, es un indiscutible El Quincho, atendido por Paola Agüero. Allí se realizan riquísimos desayunos y se hacen infusiones con diferentes hierbas de la zona. También preparan bollo casero, quesos y tortillas a la parrilla para aquellos que no conocen y quieren adentrarse en la cocina típica. “Nos interesa que la gente comparta lo mismo que comían nuestros abuelos. En invierno hacemos frangollo con maíz molido, empanadas fritas y huaschalocro con queso, maíz y carne de cabrito”, describe.

Toda la comida es natural, de cosecha propia. “Los abuelitos nos enseñan que todo debe venir de nuestras huertas, de nuestros animales”, relata Paola y agrega que, “somos una comunidad. Cuando necesito carne le pido a mi vecino que tiene cabrito, al igual que las verduras. Otra persona nos trae quesos de cabra desde el cerro. Tratamos de que el trueque no se pierda”.

Liliana Rosa Soria de Caro nació y se crió en Talapazo, al igual que sus antepasados. Tiene 88 años y es una luchadora de toda la vida a favor de los pueblos originarios. “La tierra es nuestra, tenemos el derecho de preexistencia”, señala.

“Luego de años de no tener qué comer o con qué vestirnos, ganamos un juicio con el que pudimos volver a tomar posesión del lugar. Desde ese momento, nunca más nos fuimos”, relata con esa voz cansada propia de su vejez.

Hasta 1972 el pueblo no tenía una escuela, por lo que los niños debían caminar varios kilómetros hasta la localidad de El Bañao para estudiar. Sin embrago, un hecho trágico marcó la historia educativa. Uno de los hijos de doña Rosa murió en el camino y ella no paró de luchar hasta lograr que Talapazo tenga su propio establecimiento.

Además, fue gracias a la organización del pueblo que Talapazo logró obtener su Salón de Usos Múltiples, donde se produce, de manera artesanal, un rico vino El Coplero. De sabor amable, tanto el tinto como el blanco, se vuelve ideal como compañía.

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