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Argentina Viernes 17/11/2017

Turismo en bicicleta

En la última década se observa el crecimiento sostenido de esta alternativa de viaje.

Los cicloviajeros hablan de incontables beneficios para la salud, de una consecuencia natural a partir del aumento de gente que se mueve en bicicleta en las ciudades, de la oxigenación, la felicidad, la creatividad, la posibilidad de alcanzar un estado meditativo al pedalear incontables horas.

Lo primero que cambia cuando uno comienza a viajar en bici es se toma conciencia que no existe el tiempo perdido. Todo lo que se avance, se avanza con tu sacrificio. Cada metro pedaleado es siempre tuyo. Arriba de la bici, la percepción que se tiene de las distancias y del tiempo se transforma por completo. El paisaje que capaz pasabas de largo en unas horas arriba de un auto o un micro, en bici lo se transita durante dos o tres días enteros. Esa exposición te hace sentir con mucha más intensidad todo lo que te rodea.

Planificar un viaje en bicicleta abre una serie de preguntas que se disparan en un orden casi imposible de modificar. Destino, compañía, equipo que necesito. El viaje te lo tiene que ordenar ese lugar que te llama, sino puede pasar que se te haga imposible sostener el esfuerzo de cada día de pedaleo. Una vez definido eso, hay que pensar si se puede soportar el viaje solo con tus pensamientos o si necesitas alguien más, una pareja, una familia o amigos que buscan lo mismo. A partir de ahí empiezan a aparecer personas y lugares inesperados que te van a cambiar cualquier planificación.

Los dos destinos iniciáticos más elegidos por los cicloviajeros argentinos se abren en direcciones opuestas, desde el territorio, el paisaje y el clima, el Camino de los Siete Lagos y la costa de Uruguay. Cuenta Natalia Mansueto, una de las viajeras organizadora de Cadencia y fundadora del Taller Abierto de Reparación de Bicicletas en Agronomía que su primer viaje lo planifico solo leyendo blogs. Aprendió con un mecánico amigo a emparchar y desarmar las ruedas para cruzar la bici en barco a Montevideo y arrancó. El miedo más grande que tenía era saber qué pasaba si se le rompía la bici en una ruta sin nadie alrededor. En ese primer viaje, en marzo pasado, pedaleó 300 kilómetros en 17 días, desde Montevideo hasta la ciudad de Valizas, cerca de la frontera con Brasil.

En medio del viaje tuvo que rodear la Laguna de Rocha, una ruta muy desolada. Paró en una estación de servicio, que son como oasis, y se encontró con un entrerriano de 60 años que iba a hacer la misma ruta que ella. Pedalearon juntos ocho horas, cuenta, y les agarró la noche. Dice que nunca había estado en una ruta de noche. No hay nada. Está todo oscuro y se escucha solo la bici andando. En todo su recorrido por Uruguay, Natalia casi no pagó hospedaje. Utilizó una de las herramientas clave de los cicloviajeros, el WormShower, una plataforma digital dentro de la que los viajeros en bicicleta se encuentran para pedir y ofrecer techo y comida. Cuenta que cuando estás en la bici se activan otros niveles de solidaridad en la gente. Personas desconocidas que te quieren ayudar y se muestran sorprendidos.

Si bien la mayoría de los cicloviajeros hacen referencia una y otra vez al amateurismo como el germen de sus experiencias sobre las dos ruedas, el aumento exponencial de viajeros que eligen registrar sus experiencias y transmitirlas en cientos de blogs, libros, películas, fotografías y hasta podcasts radiales, dio lugar a un fenómeno insospechado, cicloviajeros que generan dinero en movimiento. En la Argentina, el caso que llevó más lejos este tipo de experiencias es el de La vida de viaje, una pareja de ex publicistas que decidieron renunciar a su trabajo, armar un proyecto de producción de crónicas viajeras para obtener financiación y largarse a la ruta.

El uso de tecnologías digitales que permiten compartir las experiencias de manera directa funciona como disparador de nuevas experiencias. Hoy la información circula mucho más y uno se entera enseguida que hay una pareja haciendo todos los cruces de Los Andes, un proyecto titulado Nación Salvaje, que una americana viene bajando desde Alaska hasta Tierra del Fuego.

El encuentro de realidades opuestas genera una certeza implícita, todo se vuelve más intenso pedaleando. La bicicleta te da un viaje completamente sensorial, todo a flor de piel. Sentís el calor, los olores, el frío, el polvo, el rocío, si llueve te mojás, si hay sol te quemás, el cuerpo te vibra, el viento te empuja, te frena y te seca la boca

Detrás de todos esos viajes, lo que parece anidar entre las dos ruedas es una experiencia que vuelve sobre una de los impulsos más primarios del ser humano: encontrar ese tan anhelado aquí y ahora. Arriba de la bicicleta no podés mirar constantemente adelante porque te comiste todos los pozos y te rompiste los dientes, ni tampoco abajo porque terminás dando vueltas en círculo, dice Andrés Calla. Tenés que estar en el horizonte y también con una mirada cercana. Termina siendo un ejercicio filosófico, aprender a andar siempre en equilibrio y para adelante.

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