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Santiago de Chile Viernes 3/8/2018

En bici, a un volcán poco conocido

Desde Chile, cuatro montañistas subieron el Maipo, bicicletas al hombro, para luego bajar a toda velocidad

Desde al menos cuatro mil años antes de Cristo, el curso superior del río Maipo ha sido uno de los pasos más utilizados por quienes pretenden cruzar la cordillera. Los alrededores de este gran río, que nace en el volcán del mismo nombre y riega todo el valle de Santiago, eran el escenario ideal donde, en distintos períodos, se asentaron variados grupos de cazadores recolectores y, más tarde, alfareros, que aprovechaban la baja altitud, la menor gradiente y mayor amplitud de este paso, que está a 3470 metros de altura, para ir a pie de un lado al otro de los Andes.

La perfecta forma cónica del volcán Maipo y su inmensa caldera magmática, cuya última gran erupción ocurrió hace 450 mil años, sumado al salvaje entorno de la zona, lo convirtió en uno de los desafíos más apetecidos por escaladores y aventureros. El primer ascenso documentado de este volcán data de 1883.

Resulta que el volcán mismo nunca ha sido muy accesible, pues está justo en la frontera con Argentina, casi en línea recta con la ciudad de Rancagua, y acercarse hasta su base implica atravesar un solitario valle durante alrededor de 60 kilómetros.

No solo eso, desde Chile, hoy su acceso se encuentra restringido. No así desde Argentina, donde incluso existe una desarrollada industria turística. El gasoducto que a fines de los 90 se construyó en esta zona para traer gas natural desde Argentina hizo que este valle fuese cerrado al libre paso de personas. Hoy, la vertiente chilena de este volcán exige cumplir con un protocolo muy estricto a quienes quieran entrar al valle y subir el volcán. Uno que incluye, entre otras cosas, acreditar conocimientos de alta montaña e, incluso, contar con un servicio de rescate en helicóptero, en caso de necesitarse.

Nosotros conseguimos todo eso en un mes y pudimos subirlo, dice Patricio Goycoolea, joven montañista chileno que el pasado 31 de marzo lideró un ascenso en bicicleta hasta su cumbre. Goycoolea es el creador de un proyecto llamado Bigmountainbike, que consiste en subir bicicleta al hombro algunas de las cumbres más altas del país, para luego bajarlas sobre ruedas, en un descenso que garantiza pura adrenalina.

Una disciplina de la que, aseguran, ellos son pioneros en el país. Sostienen que hay senderos que permiten subir montañas de hasta 7 mil metros, lo que no ocurre en todos lados. En el caso del Maipo, es un lugar espectacular, donde hay mínima intervención humana. Está rodeado de cerros inexplorados.

Más que ciclismo, esto es ir a la montaña con una bici, dice Goycoolea. Para lograrlo, primero se acercan lo más posible en camioneta a la cumbre. Con el permiso ya conseguido, Goycoolea y su equipo pasaron el control, manejaron alrededor de 60 kilómetros por esta antigua zona de paso de indígenas y arrieros, documentada por arqueólogos, dejaron atrás el retén de Carabineros, donde tres funcionarios cuidan de la frontera en absoluta soledad, y llegaron hasta la base misma del cerro.

El jueves 29 de marzo, de noche, montaron un primer campamento a 3000 metros de altura. Como no había agua, tendrían que derretir nieve para abastecerse. El Maipo no es como otros cerros, que tienen varios campamentos definidos. Se sube a la cumbre y se vuelve en el mismo día, explica Goycoolea.

Así lo terminaron haciendo, claro que con una sabia decisión que les terminó facilitando el ascenso: al segundo día llegaron en auto hasta los 3200 metros, luego caminaron con todos los equipos, bicicletas, carpas, comida, equipo técnico, hasta 3600 metros, hicieron un segundo campamento allí y aprovecharon ese día para portear las bicicletas hasta los 4100 metros. El sábado salieron a las dos de la madrugada y caminaron la primera parte solo con una mochila con 8 kilos de comida y equipos hasta donde estaban las bicis, que pesan alrededor de 15 kilos cada una. Allí se las echaron al hombro y, tras 12 horas totales de ascenso, alcanzaron los 5323 metros de la cumbre.

Es una ruta empinada, ventosa y muy fría, dice Goycoolea. En la cumbre puedes admirar el tamaño de este supervolcán, que tiene una de las calderas volcánicas más grandes del mundo, mide unos 20 por 15 kilómetros. Además, se logra una vista espectacular hacia las cumbres aledañas, como el San José, el Cerro Castillo, el Tupungato y el Marmolejo, y hacia la laguna Diamante, que está en el lado argentino.

En la cima estuvieron alrededor de una hora, y luego iniciaron el adrenalínico descenso en bicicleta, que en definitiva era el gran objetivo de esta aventura. Para subir este tipo de montañas hay que ir muy abrigado, con parkas, cascos y mitones. Pero para bajar en bicicleta, hay que estar un poco más cómodo, esto es, sacarse al menos los mitones.

El viento hace que la sensación térmica baje aún más y los dedos se te empiecen a congelar, explica Goycoolea. Además, tampoco da el físico ni los pulmones para bajar todo de una vez, por lo que hay que ir parando. La pendiente de bajada es muy fuerte. Íbamos con los frenos apretados a fondo, la rueda frenada hasta la muerte.

Como su idea era registrar la aventura para un proyecto audiovisual, el descenso les tomó cuatro horas. Podrían haberlo hecho más rápido, dice Goycoolea, pero la idea también era disfrutar la bella soledad del paisaje en las laderas del gran volcán Maipo.

Una vez cumplida la meta, el equipo bajó al campamento de 3600 metros, desarmaron todo y, a eso de las siete de la tarde, volvieron de inmediato a la camioneta. A la una de la madrugada, los siete miembros del proyecto Bigmountainbike figuraban en la base del Maipo, preparando probablemente el asado con mejor panorámica de su vida.

Para Goycoolea, además, subir un volcán como el Maipo tiene un valor agregado. Es una montaña preciosa y está en un valle rico en todo sentido. Hay glaciares, penitentes , montañas de bellas formas escarpadas que no tienen ascensos, dice. Vimos halcones peregrinos e incluso guanacos, lo que es muy raro para la zona central. Además, está todo el tema arqueológico, toda la gente que pasó por aquí hace miles de años. Vimos pircas incas, puntas de flecha, restos de cerámicas con dibujos, cuevas. Incluso encontramos un cajón con monedas de fines del 1800 que seguramente usaban los arrieros. Nadie pasa por estos lugares, por lo que se han mantenido intactos.

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