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Santa Ana Martes 21/11/2017

El Parque Temático de la Cruz en Santa Ana

A pocos kilómetros de la capital misionera, en lo alto del cerro Santa Ana, una cruz enorme se transforma en un faro que atrae a senderos, cría de mariposas, cascadas, orquídeas y gastronomía.

El Parque Temático de la Cruz se encuentra en la cima del cerro Santa Ana –de 360 metros de altura sobre el nivel del mar– a unos 45 kilómetros de Posadas por la ruta 12, Candelaria, Santa Ana y bienvenidos.

La cruz que se ve desde mucha distancia: primero como un punto en el horizonte, luego como una figura recortada con claridad, y finalmente como lo que es, una imponente estructura de acero montada en la cima del cerro. Un enjambre de hierros sobre una base de hormigón de treinta metros de altura. Y sobre esa base nace esta cruz, con sus 52 metros metálicos hacia el cielo, y con unos brazos que alcanzan casi los treinta.

Esta figura da nombre al parque. Y para muchos, el parque es la cruz. Sin embargo, el monumento es también un llamador, un señuelo. Es que bajo sus pies se extienden casi 60 hectáreas de monte nativo misionero: una vez que la cruz captó nuestra atención y fue el anzuelo que nos hizo llegar hasta acá, hay mucho por descubrir.

El parque tiene dos posibles senderos autoguiados en los que se puede andar poco más de 600 metros dentro del monte, con distintas interpretaciones entre el descubrimiento y lo religioso. Lo bueno es que todo se puede hacer en simultáneo. Son recorridos ideales para conocer especies, moverse entre el verde profundo y el sonido de la vegetación. En estos caminitos estamos ya de lleno en el verde misionero: guayubiras, palmeras pindó, lapachos, y los güembés con sus grandes hojas. Todo va a apareciendo en los márgenes; también los saltos y cascadas, como los llamados Escondido y Acutí. Con un poco más de dificultad se puede llegar hasta el salto La Olla y a la Cascada del Picaflor, si tenemos un poco más de tiempo y energías.

Además, a cada paso el andar se puede transformar en religioso. El sentido místico de la enorme cruz se hace eco en una caminata con siete estaciones.

A la derecha de la entrada al parque, frente al edificio base se encuentra un mariposario, un lugar de cría de mariposas en el que se puede caminar entre sus aleteos y conocer todo el proceso. La cosa arranca en una doble puerta; una forma de acceso que permite recapturar rápidamente algún ejemplar que logre escabullirse aprovechando el movimiento. Una vez adentro, esta caja de vidrio es como una gran maqueta selvática en un lugar controlado. El calor es permanente, los colores brillantes y las mariposas vuelan a nuestro alrededor. Y acá pasa todo: en el vivero se siembran las plantas que serán alimento de las mariposas, y allí las hembras dejan sus huevos. De esos huevos nacen orugas, y las orugas buscarán luego sus lugares donde colgarse pasivamente a esperar renacer convertidas en estas mariposas de colores. Todas esas etapas están acá. Algunas en el espacio más abierto, algunas en el laboratorio. Las mariposas vuelan entre nosotros, se paran en los bebederos, parecen posar para las fotos, y siguen su viaje.

Apenas unos metros más allá, pegado al edificio del mariposario, la parada siguiente es el orquideario. Una pequeña casa de piedra con un trazado circular en el interior, en el que caminamos rodeados de plantas que suben desde el suelo o cuelgan desde macetas: están por todos lados. Esta es una selección, un compacto de ejemplares y variedades de la región, y la idea no solo es exhibirlas, sino cuidarlas y regenerarlas para repoblar la zona.

A los pies de la enorme base de la cruz se puede ir a lo más alto de este mirador. En el punto cero se encuentran los ascensores (hay uno interno y otro externo, vidriado, en el que se puede disfrutar mucho mejor toda la subida) para llegar a un primer alto. La estructura de la base es elíptica, por lo que también se puede ascender a los miradores a través de rampas. Quienes no son demasiado amantes de las altura bien pueden disfrutar de esta parada. Pero lo ideal es ir por más. Después de algunas fotos de rigor, a seguir. Una buena cantidad de metros más arriba, la puerta se abre en un paisaje enrejado, donde el viento ya se siente diferente. Estamos en el corazón del “ojo de la selva”. Los 82 metros de la estructura más los casi 400 del cerro en todo su esplendor. Desde acá, la alfombra verde se extiende solo cortada por el cauce viboreante y marrón del Paraná.

El toque, el extra, lo ponen los brazos de la cruz. Podemos caminar a través de ellos, donde parte del piso es enrejado. Bajo los pies, el equivalente a un edificio de unos 25 pisos. Nada menos. Los autos se ven como juguetes y los visitantes como hormigas. Ningún lugar mejor para ver selva, parque y río en su esplendor.

Desde esta altura, se puede ver la capilla, una joyita por la que no se puede dejar de pasar al emprender el regreso cuya pared tras el altar es completamente transparente. No hay cruz. En cualquier celebración religiosa, detrás de quien la oficie, la cruz siempre será, a lo lejos, esta construcción metálica de la que ahora bajamos lentamente.

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