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Ranchos Jueves 20/12/2018

Atractivos de un pueblo rural

A 117 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, el bucólico paisaje que enmarca Ranchos es el mejor estímulo para descubrir huellas del pasado y disfrutar de una laguna en la pampa húmeda

La laguna y la inmensa planicie verde de la llanura se fusionan a pasos de las rutas 29 y 20 para delinear el típico paisaje pampeano, vasto y seductor, alrededor de las casas bajas y las calles poco transitadas de Ranchos. Sobre la orilla, frecuentada por patos y gaviotas, pescadores deportivos llegados en familia aprontan el anzuelo y la carnada para empezar su faena. Otros se instalan desde temprano para ser deslumbrados por los fogonazos del amanecer y esperar la caída del sol con un picnic, el asado y varias vueltas de mate con tortas fritas.

Más cerca del casco urbano, ese bucólico paisaje natural enmarca el cerco de palos a pique, el mangrullo, el corral de las caballerizas, la matera y las habitaciones de la tropa -reconstruidas con paredes de adobe y techo de paja- de la réplica del fuerte fundacional, que había sido erigido en 1781. El sitio histórico remite a la impiadosa “Campaña al desierto”, cuando las fronteras de la Nación eran extendidas a sangre y fuego en las tierras de los pueblos originarios.

Los hitos del pasado de Ranchos se cuentan con detalles en las ocho salas del Museo Histórico Marta Inés Martínez, donde también se aprecia la fuerte impronta de tradición gauchesca en la identidad de los pobladores del partido de General Paz.

Entre las piezas más valiosas que conserva Ranchos no se debería soslayar la estancia Negrete, que, desde su fundación en 1779, cobijó a renombradas personalidades como Juan Manuel de Rosas y el príncipe de Gales, antes de ser ungido rey Jorge de Inglaterra. Llegaban atraídos por las comodidades del casco rural, la producción ovina y por haber sido el escenario del primer partido de polo disputado en el país, en 1875.

Esos tiempos lejanos reviven en los relatos de los vecinos más veteranos, pero otros próceres ocupan un lugar especial en su consideración. Por un lado, ponderan el sueño cumplido por el jubilado ferroviario Adolfo Giles, creador del Museo Expo-Ferroviario.

Además, destacan el talento incomparable del artesano Martín Gómez quien desde hace décadas, la fama de sus trabajos en cuero y soguería traspasa los límites del país. El museo y el taller del artesano se suman a la caminata sin apuro por el pueblo, que indefectiblemente despega en la Plaza de Mayo y tiene su primera escala en la iglesia Nuestra Señora del Pilar, edificada en 1863 con sobrias líneas de estilo colonial-romano.

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