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Las Grutas Miércoles 26/2/2020

Punta Villarino, un paraíso al desnudo.

A 65 km de Las Grutas, en una curva que hace el mar, nos encontramos con un paisaje desolado de arena dorada y agua clara que lo convierten en un destino ideal.

Ahí donde la vista apunta ni bien uno llega a las playas del muelle del Puerto San Antonio Este, ubicado a 65 km de Las Grutas por ruta 3. A la distancia, en esa curvatura que de golpe muestra la enorme extensión de la costa. Ahí, justo ahí, está Punta Villarino, un lugar único, que tiene como escoltas a los lobos marinos. Es que esos animales forman una numerosa colonia que está apostada en la arena, como si fueran un comité de bienvenida para los turistas y vecinos que llegan al sector.

Los que nunca tuvieron la oportunidad de ver a la especie de cerca se podrán dar una “panzada” al visitar esta playa. Los guardas ambientales resguardan la zona para que nadie moleste a los lobitos pero, a una distancia prudencial, se los puede observar y tomar imágenes.

Están tan cerca que se aprecia la capa de grasa que recubre sus cuerpos. Su organismo la fabrica para cuidarlos de los factores ambientales y facilitar su desplazamiento adentro del agua. No huelen muy bien, pero siguen mostrándose encantadores.

La forma simétrica en la que se colocan en la arena, además, llama la atención. Forman una v, en cuyo vértice se asientan los ejemplares más viejos, mientras que los más chiquitos quedan casi adentro del agua, ya que se los suele apreciar en la orilla, como si necesitaran del sol para mantener el tono oscuro que los caracteriza.

Volviendo a Villarino, la misma dispersión que se dio en el relato se da al ir acercándose a esa Punta. Es que las lobitos distraen nuestra atención del entorno y focalizan nuestro interés. Hasta que, tras estudiarlos, parece que se mimetizaran con el paisaje, que vuelve a cobrar protagonismo.

Para llegar, hay que atravesar la gran extensión de costa que se extiende en el mirador sur del muelle. Como en casi toda la zona, las conchillas recubren la arena, y forman delicados médanos que crujen al caminar, como si fueran fragmentos de porcelana.

En esta época, en el lugar, puede verse la actividad que desarrolla la empresa Patagonia Norte, que concesiona la terminal marítima. Los enormes buques de bandera internacional son toda una atracción. Llegan para abastecerse de las peras y manzanas del Alto Valle de la Provincia, que se exportan al mundo.

Al seguir caminando hasta donde, como anticipamos, se dibuja una suerte de curva, ocurre que la costa cambia. Es que, tras doblar, uno deja de ver el muelle. Entonces parece que apareciera otra playa, completamente virgen, y que uno pudiera disfrutar en soledad de esa belleza. Hasta los sonidos del sector que dejamos se vuelven inaudibles.

Tras esa sensación, aparece la colonia de lobos, y la presencia de esa especie, adueñándose libremente del paisaje, refuerza la idea de territorio inexplorado. Lo que pasa después es mágico. Es que, si uno avanza todavía más, lo que cambia directamente es la playa. Que deja atrás su colchón de conchillas y pasa a mostrarse sólo cubierta de una arena finita y dorada, que brilla al sol.

Lo demás, es dejarse llevar por el relax y gozar con todos los sentidos de las postales que se suceden. El mar inmenso que se muestra irresistible, e invita a bañarse una y otra vez, dejándose acunar por el juego de las olas. Y la costa radiante, en la que los pies se hunden dejando nítidas las huellas que dejaremos al abandonar ese espacio de ensueño.

Como aquí no existen lugares para aprovisionarse lo ideal es llevar todo lo que se necesite para pasar el día. O acercarse hasta el mirador norte del muelle, en el que está el parador Serena, que brinda además servicios de cafetería y ofrece platos basados en las delicias marinas de la zona.

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